Aunque todo sea Uno en esencia y realidad, se nos manifiesta y aparece como Dos. Unidad y Dualidad están así íntimamente relacionados, indicando la primera el reino de lo absoluto y la segunda su expresión aparente.
El dos es el número del discernimiento que procede del análisis, pero quedarse en él es quedarse en la duda permanente y estéril. Para sacar algo en limpio debemos orientar el alcance de nuestras dudas o nuestras convicciones, aprendiendo por medio del discernimiento a unificar los dos aspectos de nuestra visión interior. La verdad no puede ser captada más que por la conciliación de los contrarios.
Hegel desarrolló el método dialéctico que consiste en explotar el hecho de que la mente humana se desenvuelve entre conceptos opuestos y trata de sintetizarlos en un concepto superior. Para ello debemos afirmar una tesis y luego una antítesis para luego concluir en una síntesis. Consta de tres elementos, de los cuales dos son opuestos y un concepto superior que los reúne.
A modo de ejemplo, cuando Hegel llega al concepto de ser, opone el de la nada y dice que debemos buscar una síntesis entre el ser y la nada, para él esa síntesis es el devenir.
Esta es una síntesis absoluta porque el devenir es el continuo fluir de los acontecimientos que no son estables. La línea mínima que separa el presente del pasado en que se desenvuelve todo el existir del universo.
De este modo la unidad se desdobla para reconstruirse trinitariamente. El dos revela al tres y el ternario no es sino un aspecto más inteligente de la unidad.
Solamente si uno se eleva a la altura del punto que domina a los otros dos, no se perderá en vanas discusiones, pues percibirá sin dificultad la solución que se desprende de un debate contradictorio.
La civilización occidental fundamenta su existencia y estabilidad en tres principios de una ciencia que llamó Lógica y que enunciará el griego Aristóteles en el año 365 antes de nuestra era. Los principios de Identidad, Contradicción y Tercero Excluido, verdades las tres que no se discuten por ser evidentes en sí mismas, permitieron desarrollar al mundo occidental todo su andamiaje científico, tecnológico y aún artístico y religioso.
Si podemos enjuiciar la validez y bondad de estos principios por sus resultados, tenemos que decir que lo acabado y completo del razonamiento de la Lógica aristotélica hizo que el pensamiento del hombre se transformara en dogmático e intolerante y también en un ser seguro y confiado. Confiadamente y sin grandes dudas a grandes pasos recorre el hombre los actuales días y su ciencia, hija de los tres principios de marras, desarrolla una técnica que ha creado un mundo que se hará cada vez más hostil al hombre y a toda la familia humana.
Muchos objetos que la ciencia y la técnica han desarrollado como creaciones y afirmaciones del hombre, en la actualidad se han vuelto contra el hombre y amenazan con destruirlo y negarlo.
Oriente, que hoy peligrosamente ha tomado el mismo camino, había desarrollado en el pasado una posición distinta. Ellos aprendieron a pensar en base a paradojas, éstas son figuras de pensamiento que envuelven contradicciones, por ejemplo:
Lo que es Uno, es Uno. Lo que no es Uno, también es Uno.
El Tao en su curso regular no hace nada y por lo tanto, no hay nada que no haga.
Los hombres que adoptaron la paradoja como fórmula de pensamiento aprendieron la tolerancia y no cayeron el Dogma.
Si el pensamiento correcto no constituye la Última Verdad, ni la forma de lograr la Salvación. No hay razón ninguna para oponerse a aquellos que piensen opuestamente a nosotros. Desde el punto de vista oriental, la tarea fundamental del hombre no consiste en pensar, sino en obrar bien.
Si
bien es cierto que la lógica paradójica no cayó en el dogma y la intolerancia,
tampoco desarrolló la ciencia y la técnica. Mientras el mundo de Aristóteles
crecía y se fortalecía en muchos sentidos, el mundo de la paradoja se moría de
hambre y frío y por esto ha debido abandonar su camino y tomar el
nuestro.
Con insospechada rapidez han aprendido el dogma y la intolerancia y así también ellos ahora se encuentran frente a nosotros prontos a saltar al mismo abismo.