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La Palabra perdida







Nosotros somos una generación privilegiada, pues hemos heredado el don de la palabra. El lenguaje no lo hemos construido nosotros, sino que nos ha sido transmitido a través de la historia por generaciones. Tenemos la gracia de expresar el mundo con símbolos, cuyos significados se han formado en nuestras mentes sin haber participado en su elaboración. Según Lacan nuestro inconsciente está estructurado como un leguaje. El sujeto se desarrolla mediante su inserción en el orden simbólico, momento en el cual el infante adquiere la habilidad de utilizar el lenguaje, es decir, de materializar su deseo mediante el discurso. 

Con la palabra expresamos el mundo, lo aprehendemos y lo hacemos nuestro, al mismo tiempo que nos atrapa a nosotros. El mundo, es decir, la realidad, es una construcción del lenguaje, y por ello perder la palabra es también perder el mundo, en tanto que perdemos su significación y la capacidad de vincularnos con las cosas. Por ello, cuando perdemos la palabra, también perdemos el sentido de la vida y su búsqueda puede representar la necesidad de encontrar una conexión perdida y de restaurar la armonía. 

Encontrar la Palabra es encontrarnos a nosotros mismos, es reencontrarnos con lo que somos e implica un reconocimiento de nuestra propia condición. 

Por eso, el simbolismo de "la Palabra", del Verbo, no es un simbolismo menor, sino la esencia misma de la búsqueda y del aprendizaje. La búsqueda de la Palabra es el paso del hombre de la barbarie a la civilización, de la tosquedad al refinamiento del cuerpo y del alma. Representa el descubrimiento de una verdad interna que impulsa un cambio profundo y un renacimiento espiritual. 

La esencia radica en una visión interna que explora en el proceso de perfección del individuo y que se circunscribe a la sentencia del oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”, que de alguna manera nos vincula con la verdadera búsqueda esotérica. Esta pregunta necesariamente me lleva a examinarme: ¿me conozco a mí mismo?, la respuesta sincera es esta pregunta es no. Pero de nuevo, la clave para este autoconocimiento es la fraternidad. 

Lo primero es reconocer que no tenemos conciencia de nosotros mismos, que somos fracciones de un todo, que somos una dispersión en muchas cosas y que carecemos de una unidad interior. Recordemos las célebres frases: “reunir lo disperso”, “buscar la palabra perdida”, ¿acaso están estas frases en el aire?, ¿o más bien son claves para la búsqueda de una senda en nuestra sociedad?, ya que denotan la perdida de una condición. 

La "palabra perdida" también puede simbolizar un lenguaje universal o primordial que trasciende las barreras del idioma y la comunicación. Representa la búsqueda de un entendimiento común y la unidad entre los seres humanos 

Es sabido que en casi todas las tradiciones se alude a algo perdido o desaparecido que, sean cuales sean las formas con las que se lo simboliza, tiene en el fondo siempre el mismo significado; es ante todo la pérdida del estado primordial (del "Paraíso terrenal"), y también, por una consecuencia inmediata, la pérdida de la tradición correspondiente, pues dicha tradición no era sino el propio conocimiento, implícito esencialmente a la posesión de ese estado. Lo que en un principio se había perdido fue sustituido por algo que, en la medida de lo posible, debía tomar su lugar, lo cual a su vez se perdió, creando la necesidad de nuevas sustituciones. 

Pero como no hay muerte sin resurrección, la pérdida de la palabra implica su recuperación posterior. No importa cuál sea esa palabra, pues en realidad es una alegoría al verdadero objeto, que es la búsqueda de la verdad. 

Por lo tanto, la palabra es el símbolo de la verdad y todas sus modificaciones (perdida, sustitución y recuperación), no son sino componentes del símbolo que representa la búsqueda de la verdad. 

Simboliza un conocimiento o sabiduría oculta que ha sido olvidado o perdido a lo largo del tiempo. Representa un conocimiento esencial que puede tener un impacto profundo en la comprensión y la evolución humana. 

La mayoría de las veces, la "palabra perdida" se asocia con el Tetragrama, en concordancia con el simbolismo hebreo. El Tetragrama pudo haber sido en cierto sentido una "palabra sustituta", ya que pertenece propiamente a la revelación mosaica. En el esoterismo hebreo, la palabra que sustituye al tetragrama y cuya pronunciación se ha perdido, es otro nombre divino, Adonaí, que también está formado por cuatro letras, pero se considera menos esencial. Todo esto refleja una especie de resignación ante una pérdida considerada irreparable. 

Uno de los nombres divinos más frecuentemente asimilados a la "palabra perdida"; la forma Jehová, Los judíos pensaron en este nombre como una palabra de cuatro letras, J.H.V.H., que eran generalmente leídas como Jehová. La tradición refiere que la Palabra, la cual, siendo el nombre de Dios, comandaba todas las fuerzas de la Naturaleza, era pronunciada por el sumo sacerdote una vez al año, el día Yom Kippur, o de la purificación por medio del ritual sagrado; pero después del exilio, la verdadera pronunciación se perdió. 

Las consonantes fueron conservadas, pero los puntos para las vocales, esenciales para la correcta articulación, habían sido olvidados, sólo podemos percibir la cáscara o cubierta de las cosas, representado por las consonantes que quedaron, por lo tanto, hasta para esa parte del Divino Nombre es necesario un substituto y es así como en la tradición siempre que aparecía la palabra, Iahvé durante la lectura de la Ley, era substituida por el nombre Adonaí (que significa “mi Señor”). (La moderna palabra Jehová se forma usando las consonantes JHVH, e intercalando las vocales de la palabra Adonaí). 

Si bien no puede ser considerada como la verdadera pronunciación del Nombre, que ya nadie conoce, la representa al menos mucho mejor al constar de tres sílabas que la forma Iahvé, puramente engañosa e inventada por los exégetas, y que, no poseyendo más que dos sílabas, resulta evidentemente inapropiada para una transmisión ritual como ésta de la que estamos hablando. 

Para los creyentes, la palabra pedida no puede ser el nombre de Dios, porque Dios siendo el todo, el tener nombre lo individualizaría separándolo del resto del universo 

Otros creen que la palabra como tal se ha usado para expresar el principio de todas las cosas. 

Como se menciona en el evangelio de San Juan (Jn.1:1-3): "En principio era la palabra, la palabra era con Dios, y la palabra era Dios". Se interpreta que esta cita se refiere al comienzo de los tiempos, a los tiempos del hombre o al momento de la generación del propio espacio-tiempo. 

La Palabra, como una extensión o parte de la naturaleza activa de Dios, toma parte de su propia esencia y con sus propias "manos" forma todo lo que existe. Pero no contento con esto, se encarna dentro de su propia creación y habita entre nosotros. 

La tradición Cabalística narra que, en el inicio de la creación, Dios creó un espacio finito dentro de sí, quedando residuos de materia primordial en forma caótica e inmóvil. El espacio finito quedo rodeado por el infinito. Acto seguido Dios emitió una palabra, se cuenta que fue su nombre, la palabra penetró en el espacio primordial, como un rayo Luminoso ó espada flamígera, generando el movimiento y la vida. 

La lengua vacía de significado le insufla fuerza a la misma. El poder no se halla en el ámbito semántico, sino parasemántico: la dimensión mágica, creadora. No es una magia que opere por encantamiento, que trate de persuadir, sino de otra clase: una magia que procura influir sobre la materia a través del lenguaje. 

Se cuenta, que esta “Palabra” le fue revelada a: Adán, Enoch, Abraham, Moisés, Aarón. Y que en algún momento en el tiempo, se perdió. Desde entonces, Grupos, Órdenes y Fraternidades, han tratado afanosamente de encontrarla… El poder de esta palabra es tal, que se dice que lo mismo puede construir que destruir universos. 

Es decir, podría referirse a muchas cosas, pero creo que la denominación de "palabra" como elemento de búsqueda es simbólicamente correcta debido a su connotación cultural. 

La idea de un conocimiento oculto y la posibilidad de encontrarlo después de una larga y ardua búsqueda, es en un sentido idéntico al contenido de la leyenda del Cáliz Sagrado o Santo Grial. El Cáliz, la copa de la cual Cristo bebió o la fuente de la que Cristo comió en la Última Cena, y en la que José de Arimatea recogió la sangre de Cristo fue, según una leyenda medieval, traído a Inglaterra. A aquellos que lo vieron, el Cáliz dio inmortalidad y juventud eterna. Pero tenía que ser custodiado sólo por gentes perfectamente puras de corazón. Si alguno que no fuera lo bastante puro se acercaba a él, el Cáliz desaparecía. De esto salió la leyenda de la búsqueda del Cáliz del Santo Grial por caballeros castos. 

Sólo tres caballeros del Rey Arturo lograron ver el Cáliz. Muchos cuentos y mitos, aquellos del Vellocino de Oro, el Pájaro de Fuego Fénix, la Lámpara de Aladino, y aquellos sobre riquezas y tesoros escondidos custodiados por dragones y otros monstruos, sirven para expresar la relación del hombre con un conocimiento oculto. 

En la masonería, también se hace referencia a menudo a la "piedra perdida", en alusión a los versos del Salmo que dicen: "La piedra que rechazan los constructores se ha convertido en la piedra angular" (Salmo 118:22). Cabe destacar que la piedra angular es la piedra que "corona" o "termina" un edificio, ya menudo se representa como un capitel en la parte superior de una columna. 

La piedra angular, también conocida como clave, es la que se coloca en el centro de un arco o bóveda, sin la cual el arco se derrumbaría. Según el diccionario, la piedra angular es el bloque de piedra en la parte central de un arco donde convergen las fuerzas de los demás bloques, lo que permite la estabilidad del arco. Los romanos la utilizaron ampliamente en sus famosas estructuras, como los acueductos y coliseos. 

La "piedra angular" tiene una forma especial y única que la diferencia de las demás piedras; no solo no puede encontrar su lugar en la construcción en ese momento, sino que los constructores a menudo no pueden comprender su propósito. Si comprendieran su importancia, no la rechazarían y la reservarían para el final. Sin embargo, a menudo se preguntan qué hacer con la piedra y al no encontrar una respuesta satisfactoria, deciden desecharla entre los escombros. 

El verdadero propósito de esa piedra solo puede ser comprendido por otra categoría de constructores que han avanzado de "la escuadra al compás", haciendo referencia a las formas geométricas que estos instrumentos representan, es decir, la forma cuadrada y la circular, que simbolizan la tierra y el cielo respectivamente. En este caso, la forma cuadrada corresponde a la parte inferior del edificio y la forma circular a la parte superior, que debe estar coronada por un domo o una bóveda. 

Según una antigua tradición, las piedras utilizadas para construir el Templo de Salomón fueron extraídas del interior de la Cueva de Sedequías, también conocidas desde su redescubrimiento a mediados del siglo XIX como las Canteras del Rey Salomón. 

Según la tradición judía, una enorme roca fue extraída de las canteras, tallada según las dimensiones requeridas y enviada al templo. Sin embargo, cuando llegó al templo, los constructores no pudieron encontrar ningún lugar adecuado para colocarla, ya que no parecían coincidir con ninguno de sus modelos. Así que la arrastraron hasta el borde de la meseta del Templo, donde rodó hacia el valle de Kidron y se perdió. Cuando llegó el momento de colocar la piedra angular en su lugar, no pudo ser encontrada. 

Los constructores reclamaron a los canteros, quienes respondieron que la piedra angular ya había sido entregada. Entonces alguien grabó la enorme roca que había sido empujada sobre el acantilado. Cuando los trabajadores recuperaron la piedra y la izaron, resultó que su forma era exactamente la de la piedra angular del Templo. 

La piedra angular no es utilizable durante la construcción, sino solo al final. Por lo tanto, si los constructores no son expertos y no entienden su función, corre el riesgo de ser desechada. 

La piedra angular se incorpora al edificio como parte superior de la bóveda celeste. De hecho, la clave de la bóveda debe ajustar con precisión absoluta en el resto de la construcción. Además, esta piedra sólo puede ser colocada desde las alturas, desde el exterior, lo que nos indica su carácter celeste. Por esta razón, el eje que atraviesa este orificio es el axis mundi, muy a menudo materializado en una plomada. 

A veces, la piedra angular no existe. Entonces, por encima del crucero se halla el occulum (el ojo de Dios), el orificio por donde la iglesia recibe la luz y cuya equivalencia se encuentra en la atalaya de los barcos, en la construcción de la cual se exigían ritos de consagración semejantes a los utilizados para la consagración de las iglesias. En las logias masónicas, el occulum, clave de bóveda del templo a construir, está simbolizado por la plomada, instrumento de los hombres de oficio, que pende del techo y en medio del taller. Basta con reflexionar para entender su equivalencia como el punto de unión entre el Cielo y la Tierra. 

Pero volviendo al núcleo de esta enseñanza, ¿dónde se encuentra lo que llamamos la palabra perdida? Podríamos buscarla en el macrocosmos, pero no tenemos ningún punto de referencia para encontrarla. 

Sin embargo, recordemos que hemos representado la muerte y la resurrección del Maestro Hiram, y por un momento hemos sido Hiram. Entonces deberemos buscar la palabra dentro de nosotros mismos. 

Tanto sea ella una palabra o no, no hay duda que el lugar donde debemos buscarla es en nuestro interior. Dentro de nosotros mismos. Hoy buscamos una palabra pero no olvidemos que hemos sabido el buscar o interpretar acrónimos como VITRIOL (“Visita el interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta”). Es decir que la búsqueda es dentro de nosotros mismos y al hacer las correcciones necesarias encontraremos nuestro yo íntimo encontraremos la verdadera sabiduría. 

Para mí, la palabra no está perdida, sino que está dentro de nosotros mismos y simplemente no la vemos. Es importante entender que la palabra no está perdida, sino más bien escondida. Entonces, ¿cómo y cuándo la encontraremos? 

La respuesta está en trabajar con una actitud constante de búsqueda dentro de nosotros mismos. Si buscamos con sinceridad, la encontraremos. La palabra que creíamos perdida en realidad está olvidada, y solo la recordaremos cuando nuestro espíritu sea liberado de las influencias de la oscuridad que lo cubren. Debemos volver a nuestro estado primordial, aquel en el que nuestro psiquismo infantil no estaba condicionado por mandatos familiares o sociales, y así recuperar la verdadera esencia de la palabra. 

Pero, ¿qué es realmente la palabra perdida? En realidad, no es una palabra secreta, sino más bien la ignorancia que llevamos dentro de nosotros mismos. Solo cuando seamos capaces de reconocer y asumir nuestra propia ignorancia, podremos descubrir nuevos secretos, conocimientos y comprender el mundo que nos rodea. La verdadera palabra secreta que Hiram Abif llevó a su tumba es el anhelo de aprender y compartir enseñanzas, ya que esa es nuestra verdadera labor.

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