Ya
han pasado más de 70 años, desde aquel 10 de diciembre de 1.948, en el que las
Naciones Unidas establecen la Declaración Universal de Derechos Humanos, que
comenzaba diciendo:
Todos
los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como
están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los
otros.
Bellas
palabras. Pero no nos engañemos, a pesar de tantos avances en el pensamiento de
muchos hombres, los Derechos Humanos no han vencido todavía. La igualdad no
deja de ser una quimera.
La igualdad, no indica que debamos ser todos iguales, eliminando la belleza de la diversidad, la variedad y la pluralidad; por el contrario, la igualdad es como la ecuanimidad frente a los derechos, oportunidades y deberes.
No resulta
fácil definir la igualdad, puesto que está íntimamente a valores morales y
culturales de cada lugar o época, en el diccionario se define como: “Correspondencia
y proporción que resulta de muchas partes que uniformemente forman un todo”.
Esto podría entenderse como: “Muchas partes que uniformemente forman un todo”…..(Unión
de lo disperso).
La
palabra Igualdad es el principio que reconoce a todos los seres con capacidad
para los mismos derechos y obligaciones, sin que nadie tenga prerrogativas y
sin que nadie sufra discriminación. Es la ausencia de todo privilegio, de toda
distinción de castas y clases entre los hombres, colocando a todos los
ciudadanos en una misma categoría, bajo el concepto de los derechos y los
bienes. El mérito, el talento, la sabiduría, la virtud y el trabajo, son las
únicas distinciones que se admite voluntariamente.
Respecto
a la Igualdad, se define como la uniformidad que existe entre dos cosas
iguales. En el campo político, todos los hombres tienen igual derecho a
desempeñar cualquier función pública, cuando pretende supresión de los
privilegios de fortuna, etc. y se rige por el principio a cada uno según sus
necesidades, a cada uno según sus capacidades. Tal parece ser la medida de
lo justo y necesario.
La
Igualdad implica el reconocimiento de la dignidad de cada persona y el respeto
de sus derechos. Junto con la Igualdad viene la equidad: la proporción adecuada
que cada cual recibe por su colaboración en la construcción del todo social.
No lo confundamos Igualdad con
el igualitarismo. Pues este último si bien promueve la igualdad entre los
hombres, llega al extremo de rechazar los puntos de vista de otros en su
búsqueda de uniformidad. El igualitarismo es el que promueve el "amo
justo" es decir los gobiernos populistas.
Una
sociedad sólo puede sostenerse sobre una igualdad razonable, con justicia
social y la superación de la violencia estructural.
Es
conveniente analizar históricamente como surge la desigualdad y las razones que
llevan al hombre a buscar la misma porque debemos encontrar las causas
inconscientes que hacen que un hombre quiera diferenciarse del otro, para así
poder luchar eficazmente.
En
las tribus primitivas la primera diferenciación fue entre hombres y mujeres,
donde los primeros no realizaban las tareas vulgares, reservándose para la
caza, la guerra, los deportes y las prácticas devotas. En un estadio superior,
en la Europa o en el Japón feudal se puede observar las diferencias de clases y
la distinción de tareas que cada uno realiza. Las clases altas están excluidas
de las ocupaciones industriales y realizan tareas relacionadas con un cierto
grado de honor, como la guerra, tareas de gobierno, deportes y el sacerdocio.
Históricamente
han existido comunidades de hombres pacíficos e igualitarios que no contaban
con una clase ociosa, pero tenían una ineficacia amable cuando se enfrentan con
la fuerza o con el fraude y han sido superados o eliminados por las otras
culturas. Por lo que sólo han sobrevivido aquellas culturas, que contaban con
una clase ociosa, que vivía a expensas del resto de la sociedad.
Las
condiciones para que exista una clase ociosa bien desarrollada son:
·
La comunidad debe tener hábitos depredatorios (guerra, caza), es decir
que deben estar habituados a infligir daños por la fuerza o mediante engaños
·
Debe haber medios de subsistencia lo suficientemente grandes, para que
una parte de la comunidad pueda estar exenta de dedicarse al trabajo rutinario
y realizar tareas dignas, es decir aquellas que puedan ser clasificadas como
hazañas.
Se
que estas distinciones parecen no ser aplicables en la era actual, aunque se
cumplen ambas premisas, subsiste una aversión por las tareas serviles y el 50 %
del PBI mundial está en manos DE MENOS DE 6 PERSONAS. Cabe señalar que el 1% de
la población mundial, posee el 99% del capital. Una gran desigualdad. Quizás la
mayor de la historia de la humanidad y está en aumento.
Lo
que hoy aparentemente cambia son las características que se reconocen como
hazañas, pues cobran importancia según la cultura. Los trofeos de la caza, o el
botín de guerra pueden ser remplazados por otros medios de exhibición
ostentosa. Las posesiones empiezan a ser valoradas no tanto como demostración de
una incursión afortunada, sino como prueba de la prepotencia del poseedor de
esos bienes sobre otros individuos de la sociedad. Son esas ideas contra las
que debemos luchar si queremos que no haya diferencia entre los hombres. El
mérito, el talento, la sabiduría, la virtud y el trabajo, son las únicas
distinciones admisibles.
No
se trata de querer trastornar el equilibrio social, ni igualar fortunas, ni
despojar a unos en beneficio de otros, sino de lograr que todo ser humano
encuentre en su trabajo el pan cotidiano para él y su familia, y tenga plena
posesión de todos los derechos que son inherentes a su persona.
Todos
los seres racionales han nacido iguales, y por no debe existir ninguna
diferencia entre el que manda y el que obedece, en el que produce y el que
consume, entre el que paga y el que cobra ya que unos y otros son conformados
con la misma materia física y expuestos a las mismas causas de muerte,
independientemente de su raza religión o nacionalidad.
Las
ideas explicitadas en la Declaración Universal de Derechos Humanos, han sido un
gran avance para la humanidad, pero hay que seguir colaborando activamente en
la transformación humana, no en la mejora de la especie por la aplicación de
las leyes naturales del más fuerte, sino en una obra “sobrenatural” que la
contradice y la cambia.
Saberse
iguales a los demás, no en la forma, sino en la esencia, es reconocer un Origen
común; Origen que a la vez es nuestro Destino. Esto lo hemos olvidado en nuestra
carrera hacia el individualismo. Por una mal entendida igualdad estamos
dirigiéndonos a la uniformidad.
¿Cómo
puede sentirse un miembro de una comunidad que sabe que no es necesario ni
importante en ella?, ¿Qué cualquier otro puede ocupar su lugar?
En
lo laboral uno hace un trabajo que podría hacer otro, hacemos una cosa u otra
según las circunstancias, en nuestra sociedad nada nos guía para conocer
nuestra naturaleza; y saber cuál es nuestro lugar o función dentro del
conjunto.
No es de extrañar que los miembros de esta sociedad busquen tanto la libertad
como la igualdad, pues verdaderamente la han perdido; pero la buscan, en una
dirección equivocada, invertida podríamos decir.
El hombre alejándose de la Unidad se sumerge en la uniformidad, en el
anonimato, en la soledad; no hay selva ni desierto peor que las grandes
ciudades modernas.