Si bien se ha abolido, en gran medida, lo que antiguamente se denominaba esclavitud, continua el sometimiento a otra persona, sin opción a réplica, como una manera sutil de sumisión y ciertamente una pérdida de libertad.
También entran en esta categoría los esclavos de las ideas de otros, como los fanáticos, que han perdido la capacidad de disentir, o los adictos cuyo único deseo es el de satisfacer una necesidad que las transforman en seres totalmente dependientes de las mismas, y en ese estado de alienación pierden la conciencia de sus actos. Es más, aprovechándose de esta circunstancia, los gobiernos y grupos de poder, siempre, han alentado el consumo de drogas y alcohol, aunque oficialmente digan que la combaten, para dominar pueblos enteros. Convengamos que nadie combate la libertad; lo que hace es combatir la Libertad de los demás.
La Libertad podríamos entenderla como la facultad de poder pensar (Libertad de pensamiento), hacer (Libertad de acción), decir (Libertad de expresión) y desplazarse (Libertad de movimiento) que tiene el hombre y que, como consecuencia de todo ello, implica poder ser. Es decir, el hombre pasa a ser auténticamente humano al vivir la vida como ejercicio de libertad.
Muchas de estas libertades han sido cercenadas en algún momento en nuestros países y en otras aún queda un camino por recorrer y sin embargo la mayoría de las veces nos hemos sentido libres aunque no hayamos podido actuar según nuestra propia voluntad. Pues estábamos convencidos que, mientras no se nos obligue a algo mediante la fuerza externa, nuestras decisiones nos pertenecen. Nadie está más esclavizado que aquellos que falsamente creen que son libres.
Pero se trata tan solo de una de las grandes ilusiones que tenemos acerca de nosotros. Es tan grande el deseo del ser humano por sentirse el dueño de sus actos, que consideramos la Libertad como uno de nuestros máximos ideales, es por eso que la mayoría de las personas, niega que un gran número de nuestras decisiones personales no nos pertenezcan. Nos han sido sugeridas desde fuera. Hemos logrado persuadirnos a nosotros mismos que son obra nuestra, mientras que, en realidad, nos hemos limitado a ajustarnos a la expectativa de los demás, impulsados por las conveniencias y por el miedo al aislamiento.
Los dirigentes tienen muchas maneras de influir en nuestro pensamiento a través de los medios de comunicación de una manera sutil, siendo el principal “la educación”, ya que desde pequeños nos enseñan a creer y luego a razonar sobre lo que hemos creído.
No debería ser así, la Libertad de pensamiento es lo contrario. Primero se debe razonar y luego creer, sólo, en lo que nos ha parecido bien de lo que hemos pensado. De este modo veríamos los condicionamientos a los que estamos expuestos.
Lo que nos han enseñado es justamente a eso, a creer lo que dice la autoridad y luego a justificar ese razonamiento. El premio por hacer eso es que nos dejen tranquilos.
Debemos cambiar. En primer lugar, tenemos que ser conscientes de las ideas y cosas que nos condicionan y las dificultades que tenemos para salir de nuestra zona de confort. Luego podremos abrir nuestra mente a otras reflexiones.
Es un trabajo que tenemos que hacer solos. Es inútil que alguien no quiera ayudar si no hemos dado el primer paso nosotros. Esto es reciproco, no podemos cambiar a alguien que no quiere cambiar, no tiene sentido. Lo más que podemos hacer es iluminar, crear conciencia, mostrar que hay otro camino, sólo eso. En definitiva:
La
pandemia, inédita e imprevista, nos obligó a un aislamiento que muchos vivieron
como falta de libertad, como una especie de encierro domiciliario. En el
comienzo, nos tuvimos que aislar fuertemente, pero fue un distanciamiento
físico, no vincular, ya que, si disponíamos de tecnología, la comunicación era
posible. No es solo un problema médico, sino social y viene a recrudecer
condiciones de desigualdad preexistentes. El virus es un espejo, muestra en qué
sociedad vivimos. Vivimos en una sociedad de supervivencia que se basa, en
última instancia, en el miedo a la muerte. Ahora sobrevivir se ha convertido en
algo absoluto, todas las fuerzas vitales se emplean en prolongar la vida. En
una sociedad de la supervivencia se pierde todo sentido de la buena vida y de
los ideales por los que hemos luchado de Libertad, Igualdad y Fraternidad. El
placer también se sacrifica voluntariamente al propósito más elevado de la
propia salud. Hemos aceptado, sin cuestionamiento, la limitación de los
derechos fundamentales.
Por
sobrevivir, ofrendamos, la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la
cercanía con nuestros afectos. La caridad se manifiesta mediante el
distanciamiento cuando deberíamos acompañar al otro, ser más empáticos,
ponernos en su lugar y por supuesto prevenir, cuidarse, cuidar a los nuestros. Que
nuestro cuerpo individual (al que podemos libremente elegir, cuidar o
descuidar) forma parte de un cuerpo social, por lo que hay que cuidarse también
para cuidar al otro. Que la libertad entendida como hago lo que quiero,
donde quiero y cuando quiero es la expresión del no registro del otro y de la
ausencia total de empatía. Que ejercer la libertad haciendo fiestas
clandestinas es un acto de irresponsabilidad individual y social.