antes de que mundo fuera creado
Jorge
Luis Borges
El Aleph
"El cuerpo es la prisión del espíritu, de
la que escapa con la muerte"
Platón
Platón fue quien argumentó que todo lo que nace muere. Si el hombre nace, debe también morir. Dado que la materia inerte no tiene vida por si sola, es el alma quien la vivifica. Si hay algo que en si es portadora de vida ese algo no muere, es inmortal y por lo tanto el alma es inmortal.
Es muy raro que la Masonería que siempre ha dejado librado a cada
uno de sus miembros especular libremente sobre cualquier tema, se haya
pronunciado orgánicamente y a través de sus rituales de una manera tan
explicita sobre un tema tan trascendente.
El Landmark Número 20, proclama la inmortalidad del alma y considera que
con la muerte del cuerpo el alma inicia la vida eterna. Esta definición es
importante pues los Landmark son esas señales singulares de distinción por las
cuales los Masones se identifican como tales. Por otra parte, según Iván
Herrera Michel, la creencia en la inmortalidad del alma, es herética, porque no
se consigna en la carta Magna de 1723, no tiene carácter simbólico, se ha
introducido en la orden subrepticiamente, con dogmas religiosos que aspiran a
imponerse y atenta contra la libertad de conciencia o de opinión, reservada a
cada masón (art. 1° de la
Carta Magna )..
También la inmortalidad del alma está presente en las señales de
reconocimiento. Al decir que “la acacia me es conocida”, se manifiesta que se acepta la inmortalidad del alma,
pues la Acacia
es el emblema de la inmortalidad por su verdor constante y su madera
inalterable. No necesariamente la inmortalidad física, sino una espiritual de
sus constituyentes más sutiles.
En la leyenda del tercer grado, la creencia en la inmortalidad del alma, se
manifiesta en el renacer de Hiram, mediante la aplicación de los cinco puntos
de la perfección. Mediante esta leyenda
la masonería enseña que la verdadera vida es la que se halla en el interior,
porque el verdadero yo es el alma que trasciende a
la materia, pues el cuerpo queda reducido a la nada con la muerte. Esto implica
que hay que aprovechar
la estadía en este
mundo.
Lo que hay que recordar es que el rito de la muerte de Hiram por 3
compañeros con la indiferencia cómplice del Rey Salomón, era desconocido antes
de 1723 pues fue inventada por el monje benedictino Walafrid Strabón, del que
tan poca mención se hace en los textos Masónicos, a pesar de ser el autor de la
leyenda más difundida de la
Orden.
También, el tema de la existencia del alma y de su inmortalidad, está muy
explicito en el Ritual del Maestro
Masón cuando dice que: “El hombre está constituido por
dos elementos: uno que piensa y otro que no piensa. El pensamiento es un hecho
cierto, como lo es también que la sustancia puramente material no piensa.. La
ciencia nos muestra que los cuerpos materiales no se destruyen jamás, sino que
cambian de forma, de lugar. El cuerpo humano se descompone, se disuelve. Pero las partículas que lo
componen no se destruyen. Y si la materia no perece, con mayor razón el
espíritu debe ser imperecedero e indestructible transformándose como la
materia, pero sin destruirse.”
Para los Masones no es posible entonces identificare con la
frase “del polvo eres y polvo serás”,
pues según este Landmark el ser humano es algo más que polvo.
Es evidente entonces que si bien la masonería moderna comparte con la
humanidad el concepto de la muerte como un proceso biológico natural que se
manifiesta con el cese de las funciones vitales del ser humano, además la
concibe, como un proceso espiritual mediante el cual el alma abandona el cuerpo
físico para continuar viviendo en otro plano o dimensión.
La masonería no se ha pronunciado sobre la reencarnación. Al igual que en
todas las escuelas iniciáticas se ritualiza el proceso simbólico de muerte y resurrección
para simbolizar la muerte del “viejo
hombre”, que ha de dar vida al “hombre
nuevo” o imbuido de nuevo espíritu.
La muerte cristiana tiene un sentido positivo. La visión
cristiana de la muerte se expresa «La vida no termina, se transforma: y, al
deshacerse la morada terrenal, se adquiere una mansión eterna en el cielo». Por
la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá
la vida incorruptible al cuerpo transformado, reuniéndolo con el alma. El
cristianismo niega la reencarnación.
La visión materialista es la de Epicuro, quien reconoce
la existencia del alma pero no su inmortalidad, ya que según su opinión, el
alma al igual que el cuerpo, se halla formada por átomos. Cuando los átomos del
cuerpo se disgregan, lo mismo sucedería con los átomos más sutiles que
constituyen el alma.
Epicuro aun negando la inmortalidad del alma no le temía
a la muerte. Pues afirmaba que de entre los temores que provoca la muerte, dos
pueden ser considerados como los más terribles: el miedo al más allá y el miedo
a la desaparición de la conciencia. Para un epicúreo pensar en la muerte no
tiene nada de espantoso, ya que con ella desaparece para el ser humano toda
posibilidad de experimentar sensaciones, incluidas la del dolor y la del
sufrimiento. Y si la muerte no es un mal en el momento en que se presenta,
mucho menos debe serlo para aquél que únicamente piensa en ella. Lo que nos
sucede después de la muerte debe preocuparnos tanto como lo que nos sucedió
antes de haber nacido, es decir, nada en absoluto.
La humanidad comparte el concepto de la muerte como un
proceso biológico natural que se manifiesta con el cese de las funciones
vitales del ser humano. Todos tenemos la certeza de la existencia del cuerpo,
lo podemos ver, tocar, oler y sentir. Sobre la existencia del Alma y el
Espíritu solo tenemos suposiciones, pues si bien las religiones nos hablan de
su existencia, los cientificos no se ponen de acuerdo y no hay pruebas
materiales, salvo la teoría de Francis Crick,
(el ganador del Nóbel por descubrir la estructura del ADN) quien asegura que
encontró el alma en medio de unas estructuras cerebrales, cuyo peso oscila los 21 gramos y desaparece al
morir.
Actualmente, en el mundo Occidental vulgarmente se
concibe al alma como una sustancia invisible, intangible, espiritual y de
naturaleza inmortal. Se cree que esta sustancia es el "aliento de
vida", o en otras palabras una esencia espiritual, cuya naturaleza es dar vida
a todas las cosas conscientes. Todas las maneras de explicarlo admiten
implícitamente que el ser humano trasciende la realidad espacio-tiempo dónde
está sumergido.
Muerte y resurrección se nos presentan como temas de
reflexión, que nos obligan a hacer un balance de nuestra vida, y a consignar en
un simbólico testamento aquello que nos parece esencial. Que es lo que queda de un hombre después de su muerte?
Su recuerdo.
El recuerdo de sus actos, de sus palabras,
que tratamos de transmitir a las futuras generaciones, porque es la luz o
conocimiento que supo entregar. Ese es el objetivo, el de hacernos apreciar por
los demás hombres.
La vida y la muerte son una dualidad, como el blanco y
negro, la luz y la oscuridad, la tristeza y felicidad. Sin embargo ambas son
parte del ciclo de la vida, no hay porque temer a ninguna, porque como dijo
Amado Nervo somos arquitectos de nuestro destino, lo ideal es vivir lo mejor
que podamos esta vida y así no estaremos preocupados de que pueda terminar y
cuando llegue el momento de despedirse podremos decir como él: “Vida
nada me debes, vida estamos en paz".