Etimológicamente
la palabra fraternidad proviene del término latino frater, hermano,
y por consiguiente, al hablar de fraternidad hablamos de hermandad; esta
acepción implica un origen común, que va más allá del biológico o sanguíneo.
No alcanza la amistad, ni el amor o
estar unidos por un objetivo común. Los hermanos no necesitan ser amigos, ni
coincidir en sus ideologías. Somos
hermanos al tener la misma madre, al compartirla.
El requisito básico es la aceptación
del origen común de sus miembros, cualidad ésta que solo es lograda y
reconocida en aquellas fraternidades de tipo iniciático, pues la Iniciación es
renacimiento. Mediante el renacimiento queda anulado el haber salido del
vientre de la madre “real” de uno y
se encuentra una nueva madre espiritual.
La fraternidad es, en sí, la madre.
Hay otra característica distintiva
de las fraternidades, es el cumplimiento
de un ritual, que perpetúa y recuerda a sus integrantes su origen común, su
comunidad de ideas y objetivos, y refuerza los lazos de integración
establecidos por el proceso iniciático; recordemos, para dar mayor énfasis al concepto, que rito
proviene del término sánscrito “rita”, orden, y que este orden es la
representación ceremonial de ese origen común reconocida por todos los hermanos
y de la cual deviene precisamente su carácter de tales. Un rito es más que una
simple ceremonia: es la recreación del mito, con todo el respeto que merece ésta
historia ejemplar.
Ahora bien, el mito es mucho más que
una historia común y corriente, porque se refiere a algo vital para la
comunidad. Por tanto, se le debe de recordar periódicamente. Y para hacerlo,
existe el rito.
El rito no se realiza en cualquier
lugar: se lleva a cabo en un recinto sagrado, un sitio especialmente diseñado y
construido para representar mitos. En el último caso, este lugar también puede
ser profano, pero tras haber sido “consagrado”
mediante una ceremonia o el acuerdo tácito de todos los involucrados.
El mito freudiano de la rebelión de
los hijos contra el padre de la horda prehistórica, no es una explicación de
los orígenes, sino un arquetipo recurrente, es algo que siempre ocurre.
Según Freud, este mito representa el
pasaje del hombre del estado de naturaleza al de la cultura. En los orígenes,
el padre inicial era el monarca absoluto de la horda, las hembras son su
propiedad, donde los más fuertes tienen la posesión de las mismas. El destino
de los hijos varones era muy duro: si despertaban los celos del padre, eran
muertos, castrados o proscriptos. Estaban condenados a procurarse mujeres raptándolas.
El siguiente paso decisivo hacia la
modificación de esta primera forma de organización "social" habría
consistido en que los hermanos, desterrados y reunidos en una comunidad, se
concertaron para dominar al padre, devorando su cadáver crudo, de acuerdo con
la costumbre de esos tiempos. En otros términos no sólo odiaban y temían al
padre, sino que lo veneraban como modelo, y en realidad cada uno de los hijos quería colocarse en su lugar. De tal manera, el acto canibal
se nos torna comprensible como un intento de asegurarse la identificación con
el padre, incorporándose una porción del mismo.
Es de suponer que al parricidio le sucedió una prolongada
época en la cual los hermanos se disputaron la sucesión paterna, que cada uno
pretendía retener para sí. Llegaron por fin a conciliarse, a establecer una
especie de contrato social, comprendiendo los riesgos de esa lucha, recordando
la hazaña que habían cumplido en común y dejándose llevar por los lazos
afectivos anudados durante la época de su proscripción.
Surgió así la primera forma de una organización social
basada en la renuncia a los instintos, en el reconocimiento de obligaciones
mutuas, en la implantación de determinadas instituciones, proclamadas como
inviolables (sagradas); en suma, los orígenes de la moral y del derecho. Cada
uno renunciaba al ideal de conquistar para sí la posición paterna, de poseer a
la madre y a las hermanas. Con ello se estableció el tabú del incesto y el precepto
de la exogamia.
Al final al padre
lo reemplazan con un contrato social en el que hay iguales derechos para todos.
De esta manera nace la cultura y el reconocimiento de los derechos del otro.
Este mito, que nos
muestra la lucha entre el principio paternal de dominación y el principio
fraternal de igualdad y división de poder debe ser recreado mediante un rito
para recordar periódicamente a los miembros del grupo su origen común y nos
enseña que para poder vencer al autoritarismo es necesaria la fusión de todos
los hermanos en ese objetivo.
La fraternidad no
es solo un bien en sí mismo, sino que es la herramienta necesaria para luchar
contra las tiranías, la intolerancia, el autoritarismo y toda forma de dominación
y orienta hacia el logro de la justicia social, la defensa de los derechos
humanos y el respeto a la naturaleza. Pero hay que tener cuidado para no
permitir que las fraternidades adopten formas corporativas de acción, donde
grupos poderosos actúen coercitivamente en defensa de sus intereses en desmedro
de los intereses generales, confundiendo la fraternidad, con una mafia que
defiende los intereses de los amigos.
La fraternidad no debe brindar una protección
corporativa ante un desvío en la conducta de un Hermano.
Hay una condición
más: Todo hermano tiene el deber de
brindar solidaridad, guía y apoyo a sus pares. Sin ese apoyo real, la
fraternidad queda solo en las palabras y no se hace efectiva.
Como meta a cumplir, sería bueno que la humanidad identifique a toda otra
persona como un hermano, no simplemente como un igual, sino trasladar ese lazo
espiritual que une a los iniciados a todos los seres humanos; y bien digo lazo
espiritual, puesto que cuando el espíritu es el que guía las conductas, se
eleva por sobre todas las diferencias, logrando esa síntesis donde sólo se
conocen las esencias de las cosas y su mancomunidad de origen.
Los hombres seriamos hermanos porque tendríamos una argamasa que nos une
los unos a los otros y esa argamasa sería el Espíritu. Si hablamos de la
existencia de la conciencia fuera de nuestro cuerpo podemos hablar de
humanidad, en ese instante seríamos humanos ya que existiría un lazo real entre
todos los hombres.