La Masonería es una institución iniciática por excelencia ya que, como requisito de ingreso, exige que el candidato sea Iniciado en una ceremonia muy especial. Simbólicamente, el candidato "muere en la vida profana" y "vuelve a nacer en la vida Masónica" convirtiéndose en Aprendiz Masón, el Primer Grado de la Masonería.
Muchas veces confundimos a la iniciación, que es un proceso interno, con la ceremonia de iniciación. Esta última forma parte del proceso de iniciación y es común a todos los Masones, con diferentes matices según el Rito.
La ceremonia de iniciación tiene un fuerte impacto emocional por todo el simbolismo que en ella se expresa y queda grabada de por vida en el profano que se somete a la misma. Además lo predispone a aceptar los mensajes éticos que constituyen su contenido y las metas de la Masonería a las cuales deberá alcanzar.
Sin dudas no puede haber iniciación sin ceremonia de iniciación, pues la sola lectura del Ritual de Iniciación nunca podrá reemplazar la vivencia de participar en este verdadero evento psicodramático, que consiste en superar una serie de pruebas que pretenden medir, simbólicamente, su verdadera intención para ingresar a la Orden.
Iniciarse es morir simbólicamente y volver a nacer como un nuevo ser humano. Todo el simbolismo ritual de la ceremonia de iniciación gira en torno de esta idea básica. Todo el proceso iniciático que comienza con ella parte de esta concepción.
La iniciación (del latín "initium" que significa comienzo y derivada de "initia" que expresa los primeros principios de una ciencia), es un proceso de transmutación espiritual. Es por eso, que cuando hablamos de iniciación debemos puntualizar que a diferencia de la educación no se dirige solamente a nuestras facultades racionales, sino a la intuición y al instinto, lo que nos permite tener acceso a un conocimiento de nosotros mismos y de nuestros poderes.
La iniciación es ante todo un proceso de reflexión, de búsqueda interior, de esclarecimiento desarrollado según un método particular, mediante un itinerario de preguntas y respuestas, de situaciones y roles, que cada uno de nosotros va recorriendo a lo largo de nuestra vida masónica. Cada cargo que ocupamos y las responsabilidades que ello implican, nos permiten observarnos en esa situación e ir aprendiendo sobre nuestro comportamiento en diversas circunstancias.
Pero además, están los símbolos que cada uno debe comprender, los rituales que debe representar, las metáforas sobre las que ha de reflexionar, así como los sentimientos y pensamientos compartidos con los otros que participan con nosotros de la vida en la logia y con los que debemos dialogar.
La iniciación es un proceso de crecimiento personal, que cada uno de nosotros desarrolla de una manera metódica y que está estructurada de una forma simbólica alrededor de la metáfora de la construcción.
Para ello es necesario aprender a pensar, a razonar por nosotros mismos y luego a creer en lo que nos ha parecido bien de lo que razonamos. El problema es que para hacer eso debemos cambiar la metodología que nos han enseñado desde pequeños, que consiste en primero creer en lo que nos enseñan ...y luego... a razonar sobre lo que hemos creído.
Pero la libertad de pensamiento es justo al revés, es primero razonar y luego creer en lo que nos ha parecido bien de lo que razonamos.
CREER PARA VER, Y NO VER PARA CREER
Pero este cambio no se da mágicamente en un instante. Tenemos que comenzar de nuevo en muchas cosas.
Por tanto la iniciación no es un punto: es una línea que se prolonga en el tiempo y que debe llegar a constituirse en un estilo de vida. Pues nuestro trabajo no consiste solamente en aprender algo nuevo, sino en asimilar el conocimiento que se nos está dando, hasta apropiarnos íntegramente de él y aplicarlo en todas nuestras acciones.
El objetivo es poder vivir de acuerdo a lo que pensamos. Ser coherentes con nosotros mismos. Para ello debemos primero conocernos (fue la primera frase que leí en la cámara de reflexiones) y luego actuar en consecuencia.
Para ser masón no hace falta tener profundos conocimientos sobre su historia o su doctrina, alcanza con vivir conforme los principios que sustenta la Masonería. Es por ello que un especialista en Masonería, jamás será masón, si no ha sido iniciado en la masonería y no vive de conformidad con sus principios. Por eso también se puede decir que la Masonería es una forma de vida.
Sin embargo la riqueza y la fuerza de esta experiencia no siempre es igual. Depende de cada uno y de la logia en donde uno se encuentre. Pues la logia tiene la facultad para producir un pensamiento diferente de aquel que es habitual en el mundo profano; la logia, por su propia naturaleza, es el lugar ideal para llegar a un pensamiento MEDIADOR, capaz de establecer puentes, abrir puertas y ventanas entre personas de diferentes horizontes espirituales o políticos.
He aquí un motivo de discusión, pues es sabido que no todas las logias son iguales y algunas son más homogéneas que otras en el pensamiento de sus miembros. ¿Es necesaria esta homogeneidad para conseguir la unidad?.
Creo que no es condición necesaria, pues unidad no significa uniformidad y puede y debe haber unidad en la diversidad. Lo que se precisa es trabajar sobre objetivos comunes y producir en el taller una atmósfera de libertad intelectual que nos permita llegar a ser una verdadera sociedad de pensamiento.
Pero esto no alcanza, no podemos olvidarnos del mundo exterior. La iniciación es una actividad interior que no admite el confinamiento exclusivo en la intimidad. Si la iniciación es fiel a sí misma, debe asumirse también un determinado modo de pensamiento sobre el mundo y sobre la realidad social que nos rodea.
Es necesario entonces, que pongamos arriba de la mesa la urgente tarea que significa imaginar el futuro juntos. No para estar juntos a pesar de todo, sino para encontrar algunas respuestas a la construcción del mundo solidario que estamos buscando.